Hoy duele.

A veces pienso que tengo tantas cosas que contar, me faltarían años para decirte todas.
Siento el frío del invierno y me vienen recuerdos de inviernos pasados junto a ti, ocultos del frío y la lluvia bajo una manta viendo películas de terror.
Si, por tu culpa he sido amante del cine de terror toda mi vida y del género zombie desde la primera vez que jugué contigo resident Evil. Esa tarde la recuerdo como nunca, yo sentada en un sillón de una plaza con altavoces detrás de mí que hacía que los zombies (según yo) fuesen a comerme en unos segundos.
En ese momento no era consciente de que detrás de mí estabas haciéndote un cigarro de los tuyos pero si yo intentaba girarme me decías que siguiese jugando, que no debía mirar eso.
Recuerdo el día que te cortaste mientras que preparábamos el almuerzo y corriste a tirar toda la comida, pediste un pollo asado con patatas y yo no comprendí que tenía de malo la comida que acababas de tirar. Sólo era una niña y tú nunca me lo contaste.
Me acuerdo cuando me decías que los chicos eran unos aprovechados y que yo debía pensar muy bien con quién quería estar por qué la mayoría solo quería presumir delante de sus amigos y no le importaban los sentimientos que teníamos. Le dije "tu eres un chico ¿Por qué hablas mal de ellos? " Y sólo dijiste "precisamente por qué soy un chico, sé cómo piensan".
Recuerdo cuando me decías que debía ser una chica fuerte que no esperase que nadie me salvase por qué yo podía hacerlo sola. Qué no debía rendirme nunca pero sí descansar por qué no siempre se puede luchar. Me pediste mil veces que cuidase de mi abuela, y aún a día de hoy a tres mil km de ella la llamo cada día o cada pocos días para saber cómo está.
Eras tan sabio y no lo sabías.
A pesar de que tu mente era como la de un niño adolescente y no iba para nada en combinación con tu edad, retraso mental lo llamaban. Inocencia, lo llamaba yo.
Me enseñaste a luchar, a hacer feliz a los demás y me enseñaste que merece la pena tener un poco de esperanza por qué no todo el mundo es malo.
Pero tú también me enseñaste lo que fué el dolor cuando dejaste de cuidarte, cuando dejaste de tomar tu medicación para la diabetes. Yo no sabía que no la tomabas.
Y te dió un ictus.
Yo llevaba años sin verte por qué tú estabas tan lejos, pero a la vez tan cerca...
Ella me impedía verte, ella que aún tenía mi custodia a pesar de que jamás había yo vivido con ella decidió que si no era suficiente el daño causado estaría bien poner una orden judicial impidiéndome verte.
No sé cuánto pase así, no fui consciente del tiempo hasta que te dió el ictus, ni siquiera sé si te dió uno o dos.
Fuimos al hospital y con la esperanza de poder pasar a verte pero no me dejaban verte.
Pero un médico con un gran corazón me dejó entrar saltándose las normas y orden que le habían dado. Gracias.
Te vi, te vi tumbado en esa cama de hospital y sentí un peso enorme dentro de mi.
Quería decirte que te quería pero no conseguía articular palabra por qué sabía que si hablaba me echaría a llorar. Y tú te diste cuenta.
Y con tu fuerza empezaste a contar chistes, con tu alegría me hiciste reír y pasamos un momento muy bonito.
Yo sabía que por dentro estabas asustado, que querías llorar y te dolía todo.
Pero ninguno dijimos nada. Fuimos fuertes y disfrutamos un rato juntos tras mucho sin vernos.
Pero acabó, te fuiste y esa fué la última vez que te vi.
Contigo aprendí la verdadera fortaleza.
La fuerza del amor.
Cuando quieres a alguien, cuando quieres protegerle. Las acciones me enseñaron mucho más que las propias palabras.
Me llamaste un día, trece de enero.
Cuatro de la tarde.
En ese momento yo no comprendí que pasó, pero hablabas como si estuvieses despidiéndote.
Decías que me querías, decías que debía ser muy fuerte y luchar. Qué no podía hundirme.
Y terminaste la llamada con un "te quiero, señorita pi"
Qué era como siempre me llamabas.
De ahí el número pi tatuado en mi brazo.
Ya no recuerdo tu voz.
¿Quien iba a decirme que esa era tu despedida?
A día de hoy aún no me explico cómo supiste que al día siguiente morirías de un infarto.
Tarde tantos años en recuperarme de aquello aunque creo que tuvo muchísimo que ver que nunca pude llorar libremente.
Nadie me lo impedía, pero yo nunca pedí ayuda.
Lidiaba cada día con una mujer que acababa de perder a su hijo y que amenazaba cada pocos días con suicidarse.
Con una depresión severa, medicación y cero ganas de superación.
¿Cómo iba yo a ponerme a llorar delante de ella? Si ella se hundía y yo me hundía ¿Qué nos quedaría?
Creo que fué la primera vez que fui fuerte de verdad por proteger a quien quería a pesar de que me a pasado factura.
Hoy duele, pensar en todo lo que sucedió me duele.
Fuiste un gran padre, aunque nunca te lo dije.
Te quiero.



Comentarios

Entradas populares